Categoría: A veces

Yo allá

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Desde lejos te toco con tus manos
Dibujo una sonrisa en tu boca con tus labios al besarlos y repasar mi lengua con tu lengua
De un lado están las palabras
Del otro los suspiros
Te abrazo cada noche con tus brazos
Te susurro al oído que te quiero con tu aliento
Respiro pausado, entrecortado, con tu aire
Desde lejos me desnudas, con tus dedos.

Usted, sumercé, tú

syysEmpecé a desearte justo cuando el mundo estaba a punto de acabarse.
Ese día esperábamos reunidos junto a la hoguera a que la humanidad, como la conocíamos, se extinguiera.
De repente, rozaste unas palabras con las mías y estalló una calcinante llama en mí, pasé de tener frío a estar ardiendo en algo que hasta hoy no comprendía y que en cuanto se acabó todo, lo supe.
Después, en los tiempos en los que los hombres caminábamos hacía lo desconocido, vino algo que no podía explicar, ya había probado tu espesa jungla, había jugado con tu cabeza, me habías hundido tu conocimiento errático, duro, ya había visto tus teclas, esas que movías cada vez que derramabas la lluvia incipiente por mí. Luego, el deseo que sentía se volvió más poderoso y se convirtió en otra cosa que, en la era de los hombres, algunos llamaban amor.
Ahora camino a tu lado, nos envolvemos en todas las lenguas, nos hacemos campo en nuestros miedos, dejamos atrás el mundo entero y nos consumimos en nosotros dos, ahora no sé si es deseo, amor, compañía, lujuria, ternura, todo o nada, solo sé que tu melodía soy yo y caminas de puntillas sobre mí, tratando de no hacerme daño, haciéndome sentir que el mundo como lo conocimos antes de sabernos, terminó.

Mi hermana, la mayor, la pitonisa

sueños magicosAnoche mi hermana, la mayor, soñó que yo me moría. Me llamó angustiada rogándome que me cuidara mucho, que había soñado que yo iba hasta su lado y me despedía de ella.

Tranquila –le dije–, es solo un sueño; entonces me recuerda que ella soñó que se moría un perro que teníamos por allá en el 98, y tres meses después tin, la pata sola se lo llevo con todo y sus 15 abriles. Luego, entre lágrimas, me dijo que me acordara, que unos años después había soñado que tres gaticos morían apenas veían la luz del sol, y si, efectivamente un mes después, la gata Filomena tuvo tres gaticos que prácticamente nacieron muertos. Le dije que eran coincidencias, que si ella predecía así la muerte, debería estar haciendo plata con eso, o en un laboratorio de entrega inmediata e interpretación del sueño; que procurara soñarse alguna vez con la muerte de nuestro ex presidente, el genocida, a ver si se nos hacía realidad ese milagrito.

Obviamente mi hermana, la mayor, entró en cólera: –¡Eso, búrlese, yo sé lo que digo, acuérdese que la primera vez que soñé la muerte de alguien fue la de nuestra gallina Camela!– Y sí, Camela se murió a los pocos días, pero porque mi abuelita la mató para hacer un sancocho. La semana siguiente le tocó a su esposo, Camelo, y esa muerte la que la predijo fue la abuela, cuando decidió hacer un ajiaco para superar el sancocho de la semana anterior. Yo traté de tranquilizar a mi hermana, la mayor, pero ella estaba reacia a mis arrullos y lo que hizo fue emputarse al notar mi escepticismo, colgó el teléfono tan fuerte que en el aire quedó un pitido, la nota «la» exactamente, con  sus 440 Hz.

Después de fingir que me despedía tiernamente de ella, con besos incluidos y todo para no quedar como la loca a la que le colgaron, me puse a pensar en que si realmente me quedasen tres meses de vida, ¿qué haría?

Ya nada, creo, porque lo que no hice en treinta años qué voy a hacerlo en tres meses.

¿Viajar al Himalaya? De hoy a que me den un préstamo para pagar los pasajes transcurrirían no tres sino cinco meses, y frikis, por entonces ya habré pasado al papayo.

¿Follar más? Bueno, si llevo más de un año sin ejemplar follístico al lado, no creo que en tres meses se me de la vaina, a no ser que interceda por mí el espíritu santo como hizo con María.

¿Sonreir más? Jumm… no sé de qué serviría si se supone que la risa, sonrisa y afines alargan la vida. Pero como yo solo tengo tres meses pues no hay nada que alargar.

Igual me dejó pensando sobre la huella que dejaré en el mundo.

Y no, ninguna.

Un par de tipos enamorados que alguna vez borrachos derramaron una lágrima por mi ausencia. Unos cuantos familiares a los que les haría más falta por un tiempo, pueden ser cinco o seis años, quizá tres o dos. Uno que otro amigo dirá, –tan linda que era– y ya. Pero ¿huella, lo que se dice huella?

No hay ni un solo vídeo mío en youtube haciendo una cosa extraordinaria, como la niña de once años que se retuerce increíblemente bailando la canción «La anaconda» de la tal Nicki no sé qué. No fui un músico importante, –Virtuosa que a la tierna edad de seis años se tocó toda la suite No 2 para orquesta en si menor de Bach, con una flauta traversa barroca–. Ni siquiera, me tiré el pedo más oloroso del mundo, o alguna de esas cosas absurdas que suceden en los Guinness records.

El caso es que no sé qué será de mí en tres meses, solo creo que no pasará nada distinto, porque lo que no hice en treinta años –a no ser que me gane el baloto– no va a cambiar.

Así que, puede que pase a la historia por una única cosa, la mujer que murió cuando su pariente lo predijo. Pero, pensándolo bien, la que pasaría a la historia no sería yo sino mi hermana, la pitonisa.

Sentada

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Nada. No pasa absolutamente nada, de vez en cuando se me duerme el pie izquierdo porque tengo la pierna derecha totalmente descargada sobre él, entonces me acomodo, lo bajo de la silla, es muy alta, o yo soy muy baja y mi pie no alcanza a apoyarse contra el piso, empieza el cosquilleo de la despertada, sube desde el dedo gordo hasta antes de llegar a la rodilla, siento como se va llenando de sangre, como empieza a circular lo que antes estaba estancado.

Y así nada, acá sentada, esperando a que pase la vida, lástima que a veces me toque pararme a comer algo porque el estómago protesta.

Balcón, borda, botar

images (2)Es increíble que no pueda botarme por el balcón si ya boté mi vida por la borda. (Tantas «Bes» me agobian).

Pero es así: pensé en suicidarme, y al encontrarme de frente con el vacío,  vi que la muerte no era solo eso; debo borrar de mi memoria la gente que conozco, o borrarle la memoria a la gente que sabe que yo existo.

¿Cómo borrar un pensamiento? ¿Cómo borrar un sentimiento? ¿Cómo borrar un olor?

Lo más difícil de desaparecer es lo que queda en lo que los demás sienten por ti. Lo más difícil de volverse invisible es dejar de ser visible.

No la ropa, o los accesorios; la esencia, el olor, las sensaciones, la sombra.

Solo es invisible algo que nunca vimos. O no, pero si.

Lo más difícil de desaparecer es no ser en nadie más. Cuando ya no seas, has desaparecido; si eres, seguirás siendo siempre.

Entonces no es partir, es no dejar nada en nadie. Es minimizar tu participación en este infinito.

Pero desde que naces ya eres parte de algo, mínimo, pero algo.

Y por más de que te suicides, o te detengas en el tiempo de los vivos, ya eres parte de algo.

¿Qué hacer para no ser?

Nunca haber sido.

Escribí

images (1)Escribo desde hace muchos años, bueno, ustedes también escriben desde hace muchos años a no ser que tengan siete y entonces ahí sí se puede decir que lo hacen desde hace poco. La cosa es que desde el primer momento en el que encadené palabras uniéndolas para darles un sentido, (aunque solo lo tuviera para mí) me gustó escribir.

Pero al mismo tiempo que la emoción me embargaba al ver que las palabras unidas de una forma adecuada formaban frases coherentes y textos bonitos, llegaron las complicaciones.

Primero fue mi papá, al que tuve la desgracia de mostrarle lo que hacía, desbarató todo lo que ya había completado. Tras mi padre llegaron todo un sinfín de exigencias colegiales, –que esto va antes así, que lo de allá se pasa asa, que arriba, que abajo, que al revés, que después– y volverse loca porque qué más. En ese momento comienzan un sartal de eventos desafortunados; al darme cuenta de que escribir no solo es armar frases bonitas sino que obliga también a tener en cuenta un montón de reglas y normas que complican la esencia de lo bonito; a la tierna edad de doce años, decidí mandar a la mierda toda esa maraña de mentiras a las que yo les llamaba escribir.

Hace poco, un año exactamente, decidí volver a escribir (aunque nunca dejé de hacerlo por debajo de cuerda, en cuadernos, servilletas, papeles sueltos y todo lo que encontrara) y crear este blog, con la única y exclusiva razón de leerlo yo y solo yo, para mí y solo para mis ganas de ver escrito algo mío.

Ya sé que lo que escribo apesta, pero llevo un año haciéndolo, como cada tres meses un pedacito, como quien dice no he escrito sino tres maricadas, pero la intención inicial de que fuera solo para mis ojos se dio en la jeta contra internet, vaina jodida que resulta que una vez publicado acá es de dominio público.

También, hace poco me dio por publicar en mi cuenta de twitter una entrada que me parece quedó bonita, pero en el momento de salir a la luz (como a mis doce años) floreció otro sartal de complicaciones, las de la red, que se sumaban a las de la escritura, –que no escribas en primera persona, que es un blog como los otros, que escribes como para ti y el lector debe creer que es él el que vive lo que escribes, que se hace pesada la lectura en la parte media, que no tiene principio, que el final está más largo que una cadencia de Brahms, que si no, que si sí, que así, que asa, que arriba que abajo– y yo ahí, renunciando de nuevo a lo bonito que me parecía escribir, porque lo bonito es complicado y si es complicado que pereza, mejor dejemos así.

Mentira

imagesAntenoche soñé que mi mamá me daba las llaves del carro para que pudiera llevar gente a mi casa después del funeral de mi ex novio. Lo importante acá es que mi mamá está muerta, mi ex novio no y mi madre nunca en su vida manejó un carro. Mucho menos me iba a soltar las llaves así como así.

Creo que la extraño en situaciones que nunca viví con ella. He tratado tanto de recordarla en las cosas buenas, que creo que muy dentro de mí he inventado momentos que nunca vivimos. No es que hayamos estado en la mala siempre, pero por la forma como murió es muy difícil recordarla de otra manera.

Uno siempre piensa que en el momento en el que sus padres mueran vendrán los buenos recuerdos, cómo jugábamos en el parque, cómo reíamos, cómo cantábamos. Pero en mi caso, eso solo son películas con finales felices. La muerte de una madre ya es un final triste para cualquier hijo.

Siempre que la evoco las lágrimas se me deslizan solas, no sé si le pasará esto a todos a los que se les ha muerto su madre, no conozco a nadie contemporáneo, que se le haya muerto su mamá hasta ahora. Pensamos que son eternas, deseamos que sean eternas. Pero llega la muerte, (la que nos llegará a todos) y nos arrebata ese absurdo, y nos jala hacia abajo, recordándonos que no es posible volar.

Y la memoria, la maldita memoria.

Si no hubiera pensado en lo mas hondo de mi ser que mi mamá era eterna, hubiera escrito cada momento de mi vida que pasé con ella, cada cosa, cada gesto, cada abrazo, cada mirada, cómo se sentía su piel, la forma en la que caminaba, qué arrugas se le hacían al reírse, hubiera hasta probado sus lágrimas, hubiera tocado más sus manos, acariciado más su pelo, y hubiera escrito qué se sentía al hacer cada una de estas cosas; porque no me acuerdo de nada.

Yo pienso en ella, me acuerdo del color de sus manos, de su suavidad, de su aspereza, de sus ojos grandes que con las gafas se veían pequeños, de su figura menuda, vulnerable, pero fuerte, me acuerdo de su manera de hablar, de sus gestos al pensar, de su risa sincera. Cuando pienso en ella creo que recuerdo todas estas cosas, pero al mismo tiempo no sé si las invento al mirar una fotografía suya, o si mi cabeza las dibuja haciéndome creer que son así. En el fondo yo sé que no. Ella no era así, ya no me acuerdo ¡¿Por qué carajos no lo escribí?! Porque la juraba eterna. Tengo miedo de olvidarme de ella, por eso creo que mi cabeza se inventa todo, porque sé, que en el momento de olvidarme, ella realmente habrá muerto.

Buscando

y Diez de la mañana, abro un ojo, cojo el celular que descansa plácidamente en la cabecera de mi cama, lo primero que se me viene a la mente es mi mamá diciéndome, —no duerma con el celular al lado suyo, eso es dañino.

Engañosamente (para mí) pongo la alarma para que suene en cinco minutos; media hora después he apagado la alarma seis veces. Me estiro, me levanto con un ojo abierto y el otro cerrado, solo hay una pantufla, me la pongo y voy así al baño a hacer chichí, otra vez mi mamá —no camine descalza, se va a llenar de gusanos.

Me lavo las manos, salgo del baño, prendo el computador. http://www.computrabajo.com.ar, buscar empleos, buenos aires, últimos siete días, música, enter. Aparece un solo trabajo al que ya he mandado la hoja de vida sopotocientoshijueputamil veces. Esta vez escucho la voz de mi hermana —salga a las calles de buenos aires, timbre colegio por colegio, hay unos que no tienen mail— ¿Quién en pleno 2013 no tiene un mail en donde pueda recibir la correspondencia?

Twitter, escribo, leo, peleo, escribo.

Me hago un café, me siento en la cama desarreglada a leer diez minutos de Bradbury.

Otra vez al computador, busco, trabajos, hay uno, mando el «curriculum vitae», me rasco la cabeza, twitter, leo, leo, escribo, leo, me aburro, cierro.

Se termina el café y ya es la una de la tarde, me hago un huevo porque mi estómago alega que aún no le he dado los buenos días. El aceite salpica, me quemo el brazo, mi mamá: —rápido,  contra el pelo que eso le quita el ardor.

Extraño a mi mamá.

Me como el huevo, son las tres de la tarde; ni me pregunten como se pasó el tiempo así de rápido, solo sucedió.

Cojo la flauta, toco, escalas, escalas, ejercicios de doble golpe de lengua, de triple, ejercicios de rapidez, la suite, paro.

Computador de nuevo, stumbleupon, stumbleupon, stumbleupon, stumbleupon, apago; Bradbury, café, silencio.

Seis de la tarde, alguien me habla por whatsapp pero lo ignoro; quiero dormir para siempre y no tener que buscar trabajo.

Siete de la tarde, llega mi hermana, — ¿Quiubo, qué ha hecho?, — nada —¿No mandó ni una hoja de vida? —Si, por ahí una —Marica ¿no sacó la ropa de la lavadora? —Ay no, se me olvidó, perdón — Todo me toca a mi, tras de que trabajo todo el día como una burra.

Otra vez mi mamá, pero en el cuerpo de mi hermana; parece que madurar al fin es aprenderse los discursos de los padres, o no, pero si.

Mañana será otro día para seguir buscando.

No paso del suelo

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Suelo colarme en su mirada, sentarme ahí horas hasta que se cierra, contar los parpadeos, las lágrimas, las veces que una basurita interrumpe su soñar.

Suelo escurrirme en su andar, contar los pasos que va recorriendo, 105, 106, 107… observar cada tropiezo, cada hueco que se choca con su suela hasta hacerle trastabillar.

Suelo también, plantarme en su barriga, escuchar cada ruido que de ella sale, oírla protestar de hambre cada treinta minutos, detectar qué funciona y qué debe llevar a reparar.

Suelo hacer esto y más, mucho más, cada vez  que paso todo un día tratando de no respirar, descansando de la humanidad y así, suelo mi cuerpo escuchar.

Agonía

Estuve todo el día con el corazón en la mano, lo observe de cerca, lo toqué, lo lamí; no entendía cómo algo tan lejano le podía hacer daño a algo tan cercano a mí. Por un momento el corazón palpitó y se sacudió levemente dando un pequeño salto agónico, como si estuviera en sus últimos momentos de vida. Entonces paró. Hizo una pausa porque mis manos lo abandonó un instante en el sofá, mientras mi cuerpo vivía. Ahora me preguntó ¿realmente paró o siguió agónico en el sofá mientras yo no lo sentía? Luego de unas horas me acordé de él y lo recogí suavemente del piso, no sé por qué terminó ahí, tal vez como estaba frágil el viento lo sopló, tal vez (y es lo más probable), siguió palpitando solo y el movimiento hizo que caminara hasta el suelo. Le removí el polvo que había recogido del piso. Lo olí, olía a usted, a su recuerdo. Lo volví a sentir más rítmico que antes pero igual, agónico. Lo puse en mi pecho cálido y sentí como se impregnaba del calor que mis tetas le emanaban. Por primera vez hace mucho lo volví a sentir mío, pero solo fueron dos segundos, porque mi pecho al sentirlo se echó repentinamente hacía atrás recordando que sus ojos jugaron tanto tiempo con él. Entonces sucedió, al verse rechazado por mi cuerpo, aceleró sus revoluciones, palpitó tan arrebatadamente que casi sentía en mis manos como podía en cualquier momento explotar, su ritmo cada vez tenía menos pausas, las palpitaciones eran tan fuertes que casi se me escapaba de las manos, su ritmo iba en un cressendo imparable. Me asusté, me senté, lo acaricié, lo besé, pero no hubo ningún aliento para que sucediera lo que tenía que suceder; mi corazón, rompió en llanto por usted.